El domingo, en el Seaside Park de Bridgeport, Natalie Feliz llevaba un mono mitad rojo, mitad azul y pegatinas en forma de estrella en las comisuras de los ojos. Su atuendo reflejaba su país de origen, la República Dominicana.
Feliz estaba entre los cientos de dominicanos y latinos que participaron en la primera Parada Dominicana en Bridgeport. Sentada al borde de la carroza que representaba a Danbury, su ciudad natal, opinó que esta era una experiencia increíble que debía haberse dado hace mucho tiempo.
Según Feliz, para poder asistir a un desfile dominicano, “todos en Connecticut teníamos que ir a Manhattan, Nueva York o Massachusetts. Pero ahora lo tenemos en casa, en Connecticut. Eso me da mucha alegría”.
Conocida en la comunidad como Tia Candy, o Auntie Candy, Feliz dijo que estaba encantada de estar entre su gente, celebrando su cultura y ayudando a que los más jóvenes también puedan hacerlo.
“Ahora, toda esa nueva generación que se está desarrollando y creciendo, y que no puede viajar a RD, puede experimentar nuestra cultura aquí”, afirmó Feliz.
Edwin Lapaix-Matos iba con ella en la carroza de Danbury. Él dijo que también consideraba valioso reunirse para un acontecimiento tan especial como este.
“Creo que es importante aprender sobre nuestros orígenes, así como darnos cuenta de que somos muchos”, dijo Lapaix-Matos. “Cuando realmente te percatas de la cantidad de gente que hay aquí… se te abren los ojos y te das cuenta de que realmente solo eres una parte del rompecabezas”.

También indicó que esta fue una oportunidad para mostrar una mejor imagen de la comunidad dominicana.
“Me gusta ver que todo el mundo está tan organizado [y] quizá mejorar nuestra imagen”, dijo Lapaix-Matos. “Puede que nos hayamos excedido un poco en otras paradas. Pero, para esta [parada], estamos intentando disminuir la bulla. Puede que más adelante nos divirtamos un poco más, pero por ahora intentamos mantener la compostura, mantener la música a un nivel moderado [y] tratar de tocar buena música”.
Ramona Santelises, la organizadora de la Coalición Domínico-Americana de Connecticut, se hizo eco de este sentimiento al dirigirse a los asistentes en el anfiteatro frente al puerto del parque.
“Hagamos de este día uno hermoso”, dijo Santelises en español desde el escenario al comienzo del festival. “Que pase a la historia que los dominicanos somos gente buena, inteligente y preparada, que nadie pueda decir que somos malos, sino que todos somos gente trabajadora, humilde y de gran corazón”.
Un día para la diáspora dominicana de Connecticut
Durante la parada, las banderas de la República Dominicana se podían ver por todas partes a lo largo de la costa del Seaside Park de Bridgeport: en las carrozas decoradas en representación de las distintas ciudades de Connecticut, en las capotas de autos deportivos de lujo o vehículos antiguos y en las manos de los participantes que desfilaban y los que animaban desde los laterales.
Con el estuario de Long Island como telón de fondo, el evento trajo a Rafael Pichardo recuerdos de su hogar.
“Esto me recuerda a Santo Domingo, lo que llaman el Malecón, en Puerto Plata, que está justo al lado del océano”, relató Pichardo. “Se parece mucho a como es allí”.

Pichardo disfrutaba de la parada con su esposa y sus dos hijos. Dijo que toda su familia es de la nación caribeña. Su familia vino desde Hartford para estar con la comunidad y compartir en esta ocasión tan memorable.
“[La parada] se debería haber celebrado aquí antes, así que estoy muy contento de que lo hagan ahora”, dijo Pichardo. “Les contaba a mis hijos que es importante celebrar la cultura y entender en qué consiste su cultura dominicana, que es también una forma de ser estadounidense. Somos dominico-americanos, así que es importante que conozcan ambas culturas”.
Pichardo dijo que le hacía ilusión que sus hijos vieran a los diablos cojuelos en la parada. Estos personajes son un elemento clave de la cultura dominicana. Llevan trajes de colores vivos y llamativos y máscaras con largos cuernos. Les gusta salir en carnavales y festivales para hacer travesuras, asustar a la gente y divertirse con bromas traviesas.
La familia Pichardo logró cumplir su deseo: la parada contó con una docena de diablos cojuelos. Hacían sonar sus látigos ante los gritos de entusiasmo de los espectadores y continuaron cuando el público clamó por más.
“Fue extraordinario”, dijo Esmaelen Arroyo. Arroyo es una puertorriqueña residente en Bridgeport. Acudió al desfile con su familia, incluidos su esposo y sus hijas, de origen puertorriqueño y dominicano.

Arroyo dijo que disfrutó del ambiente del evento, pero que la procesión en sí pudo haberse ensayado mejor.
A lo largo del recorrido, la parada se detuvo en varias ocasiones, y los autos y la gente se quedaban parados, esperando a que la parada siguiera avanzando. Pero Arroyo agrega que no hay que ser tan severos con ellos.
“Toma tiempo [hacerlo bien], ¿sabes? Es la primera vez que se celebra aquí”, dijo Arroyo. “Así que tan pronto le cojan el ritmo y empiecen a hacer esto cada dos años, lo van a lograr y va a ser aún mejor”.
Además, Arroyo resaltó que ya era hora de que los dominicanos de Connecticut recibieran algo de cariño.
“¿Sabes por qué? Porque los dominicanos nunca tienen una parada dominicana”, indicó Arroyo. “Lo mejor es mostrar su cultura al mundo, darse cariño mutuamente y simplemente pasarla bien. Por fin, por una vez, tienen un día solo para ellos”.
Las estimaciones censales de 2023 muestran que casi 50 mil dominicanos viven en el estado, situándose como el tercer grupo hispano más numeroso de Connecticut, después de los puertorriqueños y los mexicanos.
Un festival ‘de pura cepa’
Tras la parada, la gente se reunió frente al anfiteatro para disfrutar de música en vivo y espectáculos.
Los asistentes, algunos de quienes llevaban la bandera dominicana como capa, se pasearon entre las gastronetas (food trucks) y las mesas de organizaciones comunitarias. Otros se acomodaron en sillas de campaña para disfrutar del espectáculo. Algunos incluso instalaron una mesa para jugar dominó, un juego popular en la República Dominicana.
En el césped, Wanda Hoogleuter bailaba sola al son de la bachata que sonaba desde el escenario. Proveniente de la capital, Santo Domingo, dijo que era una dominicana “de pura cepa”, es decir, una dominicana “auténtica”, con todas las características y el orgullo de su cultura.
Hoogleuter añadió que la parada y el festival proporcionaron una oportunidad maravillosa para que ella y su pueblo volvieran a conectar con lo que significa ser de la República Dominicana.
“El espíritu dominicano se siente en la sangre”, dijo Hoogleuter. “Los dominicanos emigran a EE. UU. para tener una mejor calidad de vida, pero traen a su familia y sus tradiciones en su corazón y en su alma, y es bueno vivir ese legado aquí en Connecticut”.
