Por Adriana Dìaz Tirado / El Nuevo Día
El piso siempre estaba frío y solo había una cama en un tráiler, de 20 pies, que albergó a la familia Fernández, por cuatro meses, en Bridgeport, Connecticut, al perder su casa.
Para encender el calentador –algunos días–, debían comprar dos tanques de propano, contando solo con sus pocos ahorros al enfrentar los altos costos de una cirugía de su hija, a quien le habían diagnosticado un tumor en la cabeza.
“Estuvimos en las calles por cuatro meses. Vendimos el tráiler por $500 a otra persona sin hogar. Tenía solo una cama. Eso era todo. Si teníamos que ir al baño, teníamos que pedir prestado el baño a alguien más que vivía en la calle”, contó Ariel Fernández, en inglés, desde la sala de la casa de su madre boricua, convertida en el espacio para una nueva oportunidad para la familia.
Hace tres meses, él y su familia decidieron dejar atrás el frío para calentarse en Puerto Rico, en la finca de sus padres, ubicada entre las montañas de Aguas Buenas.
Con los ojos llorosos y mirando a sus hijos adolescentes y su esposa, Ariel pronunció: “Lo perdimos todo”.
La renta de su apartamento, en Connecticut, ascendió de $1,800 a $3,200 en el último año. No pudieron pagarla más, por lo que tuvieron que adquirir el pequeño remolque, a $700, que “era terrible”, describió.
“Mi hija se enfermó. Ella tenía un tumor en la parte trasera de la cabeza y tuvieron que operarla por su tumor. En medio de eso, nos echaron de nuestra casa porque no podíamos pagar el alquiler. Ambos (su esposa y él) trabajábamos y pagamos, pero era demasiado”, narró.
En medio de las dificultades que enfrentaban, su padre –quien reside en Cayey– le habló de la finca en Aguas Buenas. No había sido habitada desde 2016, cuando su madre falleció, y se encontraba llena de basura, pero era la alternativa más cercana a tener un techo seguro.
“Nos movimos aquí y dejamos todo. Abandonamos nuestros carros y vendimos algunas pertenencias y otras las enviamos, porque no podíamos pagar para enviarlo todo. Cuando llegamos aquí, no teníamos nada. Gracias a Dios por mi papá, porque nos dejó quedarnos en una casa allí abajo, como un mes, mientras empezamos a arreglar esta casa”, compartió, al revivir los meses más difíciles de su vida.
“¡Necesito mis manos!”
A pesar de todas las labores que ha logrado hacer con su ingenio en poco tiempo para reconstruir el hogar, hace unos días, Ariel sufrió lesiones graves en cuatro dedos. Precisó que le tuvieron que tomar 26 puntos de sutura, unir dos arterias y tiene daño severo en los nervios y tendones.
“Fue una pesadilla en el hospital. Mis dedos y mano estuvieron inactivos por un tiempo. ¡Necesito mis manos para terminar nuestra casa! Estoy muy triste ahora mismo, y no sé qué hacer”, publicó en su cuenta de Facebook, en la que documenta las labores en la residencia.
El terrible accidente –con un machete que agarró por confusión– ocurrió dos semanas después de que El Nuevo Día visitara la residencia. Ariel dijo a este medio que necesitará algunas cirugías y mucha terapia para recuperarse, por lo que el trabajo en la casa irá más despacio.
“Estoy con mucho dolor, pero me estoy mejorando. Recuperándome por haber perdido mucha sangre. Necesito una cirugía para mi mano y mis dedos”, expresó el viernes, al preguntársele sobre su estado de salud luego del accidente.
Ariel había perdido su trabajo en Estados Unidos. Sus hijos iban a una de las mejores escuelas en Connecticut, pero debían irse para “no morir congelados”. El padre dijo que todo el tiempo lloraba y estaba en depresión.
“Siempre, siempre, siempre, mi corazón sentía dolor al ver a mi familia en ese pequeño tráiler en medio del frío. Rompió mi corazón. Rompió todo en mí. Entonces, perdí mi trabajo y mi esposa era el único sustento, eso me hizo sentir peor”, lamentó, durante la visita.
Cuando le propuso a su esposa e hijos –quienes nunca habían pisado Puerto Rico– que se trasladaran juntos a la isla, ella –Wendi Fernández– respondió: “¡Sí, vamos!”.
Al sincerarse sobre su salud mental, Ariel comentó que el frío también congelaba y entristecía su corazón. “Cuando regresé aquí, ya no sentimos tanto dolor en nuestro corazón. Hay algo aquí que se siente bien, como si estuvieran en casa y están comenzando a sentirlo”, destacó.
Legado para su madre
En su juventud, Ariel visitaba regularmente la isla para jugar en una liga de béisbol y se quedaba con sus tíos y su padre. En 1987, el sueño de sus padres de tener un hogar en Puerto Rico comenzó a germinar con la compra de un terreno baldío en Aguas Buenas.
En 1996, comenzaron a construir la casa que su madre, Miriam Esther López Vásquez, nunca pudo ver completada, al fallecer en 2016. Su padre no pudo terminarla y, luego, la azotó el huracán María, en 2017.
Ariel desea reconstruir la vivienda en honor a su progenitora, cuyas cenizas aún guarda arriba de su nevera y busca depositarla en una planta de yuca, que era su favorita. Ya ubicó los muebles y demás enseres que han ido adquiriendo –mediante donaciones– en donde ella le contó que los colocaría, compartió.
“La casa estaba llena de basura, muchos colchones viejos, torres de gomas… Todos los cuartos estaban llenos de estas cosas. Había como 50 puertas en todos lados por ninguna razón”, describió Ariel sobre el estado de la propiedad cuando llegó en marzo.
En el camino, se convirtió en carpintero, electricista, plomero, pintor, mecánico y en todo lo que ha necesitado su familia para arreglar la vieja estructura. El sistema pluvial estaba roto, pero tampoco fue impedimento para arreglarlo.
“Nunca antes había hecho plomería. Junté las tuberías y le puse pegamento. Lo hice todo. Seguí probándola y luego otra explotó, y luego probé otra de PVC, y puse otra línea nueva. ¡Boom! (exclamó) y otra línea explotó. Fue mucho trabajo. Para las luces, pusimos cables nuevos. No soy electricista. Nunca había hecho eso, pero lo hice”, contó.
Arregló, también, los agujeros de algunas paredes con concreto que compró y, junto a sus familiares, fueron rellenando. “Le pregunto a la gente por muchas cosas y me responden. Me encanta estar aquí”, dijo sobre la consulta a sus vecinos, la mayoría contratistas.
Los servicios de electricidad y agua potable tampoco son estables. No les llega agua por tres días a la semana, narraron. Sin embargo, insisten en que la vida aquí es mejor que en Connecticut, donde la electricidad provenía cuando encontraban un enchufe en la casa de alguien más.
Wendi y Ariel están buscando trabajo, pero no han tenido la oportunidad de conseguir mientras avanzan en la rehabilitación de la finca. “Necesitamos ayuda para terminar la casa”, dijo el hombre, que también arregló un vehículo que les sirve un poco a movilizarse por el pueblo.
“Estamos tratando. Tratamos cada día, pero es difícil”, subrayó.
Para su esposa, los meses viviendo en la isla han sido “sanadores” para todos en la familia, y acentuó el trato de los boricuas.
“Todo el mundo es muy amable y generoso, especialmente cuando voy a las tiendas. Usualmente, digo que me mude aquí y que mi esposo es de aquí, que es puertorriqueño. Personas se sienten felices de hablarme en inglés. Ha sido una gran experiencia. Amo las flores y los árboles y todo. La mayor diferencia es el clima y la actitud es mejor que en Connecticut. Todo el mundo es más feliz aquí”, destacó Wendi.
Ni ella ni sus hijos, Drew y Arabella, de 12 y 10 años, respectivamente, habían pisado el archipiélago antes de embarcarse en esta aventura de supervivencia. Su hija menor ya está mucho mejor tras sanar de la cirugía.
“Tengo buenos niños y, por eso, trabajo tan duro para mantenerlos en un lugar seguro. Mis hijos son muy buenos. Les enseñé cómo respetar a todo el mundo, cómo amar la escuela. Ellos aman aprender”, recalcó Ariel, quien autodenominó su nuevo terreno como “Ari Land”.
“Las personas son realmente buenas. Siempre nos tratan amablemente y nos dicen, ‘mucho gusto’”, declaró Drew, quien está aprendiendo español –por su cuenta–, y confía encontrar una escuela en Puerto Rico que lo acoja como su nueva casa.
“Es un nuevo comienzo”, replicó su padre sentado en un colchón en el que todos descansan por ahora y acariciando su perrita, que también migró a Puerto Rico.
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Para asistir a la familia Fernández, puede donar a la cuenta PayPal de Wendi Ellison, al (203) 343-6231.